domingo, 19 de agosto de 2007

La ciudad de los flota flota

Me embarqué en una aventura de tres días en Rosario, con Elaine y tres de sus amigas. No lo sabía entonces, pero Rosario es una ciudad fuertemente cilíndrica. Caminando por el Boulevard Oroño o por la costanera, uno siente que está en un país hecho de flota-flotas, o mostacholes gigantes pintados de colores estrafalarios; Particularmente visitando el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (MACRO), un bonito edificio construido a partir del reciclado de unos cilos gigantescos.
Conocí el monumento a la pompa argentina de antaño, también llamado Monumento a la Bandera. Entregué $1,50 para subirme hasta su cima, en un ascensor que hedía al malestar estomacal de su ascensorista, para bajar desilucionado ante una burda terraza cubierta. Los discursos de Belgrano que decoran las paredes talladas del monumento son una lupa sobre las contradicciones de la historia Argentina. Fuera de eso, todo aquél montón de mármol resulta placentero a los ojos del turista.
Ahora, tras la vuelta de mi ininterrumpido contacto con mujeres, habiendo sido recibido por Madre y Ronda, mi hermana, lo que más deseo es hablar con otro macho que no sea Ricky (Si el movimiento de su cola ante mis palabras puede llamarse "Hablar").

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