martes, 11 de diciembre de 2007

Potpourri

Odio ser uno más del repugnante montón de adolescentes que descargan sus problemas en brutal prosa, pero la verdad es que, de la misma manera que el asalariado necesita de la televisión para descansar su mente empastada de las situaciones laborales de la jornada para darle fin a la misma, yo necesito descargarme para alivianar el peso que la implacable levedad de situaciones produce en la mía.
Simplemente, me mantengo ocupado en torturarme por no estar ocupado; y cuando estoy ocupado, mantengo ocupada a cierta parte de mi cerebro en fantasear secreta y no tan secretamente con no estarlo. Como se verá, no tengo realmente opción.
Si tan solo pudiera imaginarme como heredero legítimo de un título nobiliario especial que me entitulara a recibir una fortuna sin trabajar y que no solo me asegurara, sino también que me hiciera soberano y responsable, de una vida completamente ociosa, eso, sin duda alguna, sería la gloria.
¡Pero no, mil veces no! Me conozco suficiente, lo hago hace casi veinte años y por desgracia sé demasiado bien que aún en una situación así me torturaría, soñando con una vida asalariada. Parece, en efecto, que no he nacido para este mundo. Parece que la realidad que me obligo, quien sabe por qué, a tragar en cada inhalación y a digerir en cada exhalación no se contenta ya con atormentarme en mi tiempo de ocio, de trabajo y de reflexión, sino también en el de mis ensoñaciones de vigilia.
Hoy, como otras quinientas mil veces, leí en el texto de Norbert Elías -que el maldito final de Sociolomierda (O Mierdología) me obliga a leer y releer- que los seres humanos estamos permanentemente expuestos a la acción de eventos coactivos, los cuales no podemos explicarnos debido a la falta de claridad en los conceptos sociológicos y que terminamos atribuyendo a figuraciones relativas a lo mágico, lo mítico y lo sobrenatural.
Las quinientas mil veces que leí eso me llamó la atención, porque creo que el infeliz dio en el clavo en ese sentido. Cuesta creer que la gran parte del sufrimiento que uno siente sin saber por qué no es producto de las presiones, de que el mundo es una mierda, de que hace calor, de que le duele la cabeza, de que no puede elegir, ni de que lo fuerzan a hacer cosas que no quiere, siendo que eso y todo lo demás no forman sino un producto del accionar y de la contribución de uno dentro de una gran pelota de mierda, que uno acepta o que, paradójicamente, lo obligan a aceptar -que a razones prácticas termina siendo lo mismo-. Y lo peor de todo es que, siendo a partir de pedacitos de esta pelota de mierda que uno construye su paradigma, es imposible pensar una solución si no es dentro de la misma pelota de mierda, lo cual es imposible por cuestiones obvias.
Para mi, al mundo le hace falta una nueva revolución que nos deje a todos patas para arriba, vistiendo pantalones de invierno en la cabeza y en verano, comiendo helados de hígado encebollado de un pequeño spray libre de CFC que sea adquirible en pequeños puestos ubicados equidistantemente a un punto principal en una ciudad mundial a la que todos podamos llegar, pagando nuestro viaje contándole una anécdota al conductor de una gran oruga metálica, que transite por vías volantes sustentadas por un motor que funcione a base de buena onda. El nuevo combustible deberá ser la buena onda. Y todo aquel que no actualice el combustible de su auto y siga generando mala onda fósil, será castigado limpiándole los zapatos de piel de mosquito al emperador que reinará la ciudad, siendo su primaria función la de asegurar que todos estén teniendo una buena vida. De hecho, el no tener una buena vida será punible, bajo la base de que atenta contra las reglas mismas que el emperador intentará hacer cumplir, con servicio comunitario, que incluirá una serie de viajes y actividades que ayudarán a descubrir que necesita esa persona para pasarla bien.
Todo esto se pagará con trabajo. La gente trabajará para una fortuna común, ya no para una fortuna individual, ya no para una fortuna ajena, ya no para una fortuna propia, sino para una fortuna general. Y aquel que no quiera trabajar, lo cual ocurrirá cada vez menos, será castigado obligándolo a sentarse viendo como los demás trabajan mientras él se aburre sentado en una silla tomando un trago obligatorio y descansando contra su voluntad.
En una sociedad así, en la que el trabajo no sea opcional, pero tampoco indeseable por la gran mayoría de la población; una sociedad dónde lo extraño sea no querer trabajar, dónde sin entender por qué y todavía siendo expuestos al accionar constante de eventos coactivos, la gente sienta la necesidad inherente de trabajar y se sienta mal de no satisfacer dicha necesidad, yo sería realmente feliz.
Siento que el karma de la gran mayoría de nuestra generación, la generación de finales del ochenta, es el haber nacido en una época en que te vendían un tercer mundo a precio de utopía. Oferta que la gran mayoría de nuestros padres aceptaron como quien compra una tele de dudosa calidad en Frávega, solo porque dice "¡Super Oferta!" en letras gigantes rojas y viene con un home theatre de regalo.
Exponentes de la gran generación van desde cosas superficiales como el "uno a uno" hasta cosas un poquito más profundas como el ideal de "justicia" presente en intrascendetalidades como el juicio a las juntas militares.

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